Era igual todos los días de todas
las semanas de todos los meses desde que iniciaban las clases hasta el ansiado último
día de clases. Y nada cambio en los 12 años que duro el colegio. Lloraba desde
que me levantaba a las 5:30 am, peleaba por ser el último turno de baño entre 3
hermanas y mientras esperaba a que milagrosamente mi pie calentara el agua
helada de la ducha en medio de la madrugada intentaba terminar el delicioso
sueño interrumpido en la mejor parte. Finalmente con el vestido a medio poner
con el desayuno en la boca y con los zapatos sin anudar, salía corriendo al
carro mientras mi papá no cesaba de regañar. “¿Por que Claudia, Alexandra y tu
hermana están listas y tu eres siempre la ultima?”
Todos los días fueron iguales, y
finalmente cuando me gradué pensé que aquella pesadilla había terminado. Siempre
traté en la universidad de organizar mis clases para iniciarlas lo más tarde
posible. Y funcionó muy bien. Por lo menos hasta llego aquel día que mi hijo
comenzó colegio de grande y descubrí que muchas cosas han cambiado en los
colegios pero la hora de llegada no es una de ellas. Repito el mismo ritual
pero ahora soy yo la que grita, y mi hijo el que calienta el agua con el pie.
Mi padre nos llevó al colegio
durante toda nuestra etapa escolar. Primero era la ruta completa. Con el tiempo
hizo POOL con nuestra vecina y se compartían la responsabilidad de llevarnos o
traernos de regreso a casa. Por más que rogábamos que nos metiera en la ruta
del colegio o que nos dejara montar en bus como los demás niños grandes, nunca
cedió. Lo más que pudo hacer fue prescindir de sus servicios en los exámenes
finales y nosotras nos veníamos a pie con nuestros pretendientes acompañándonos
a casa. Y eso solo sucedió durante unos 4 años es decir ese paseo lo hicimos
como unas 25 veces en 12 años.
Siempre pensé que su obstinación
por llevarnos y traernos obedecía a varios factores: monetario por el valor de la
ruta o terror infinito porque nos pasara algo en el camino, un loco nos atacara,
nos violara, nos atropellaran, en fin mil cosas de las horribles que pensamos
los padres que le pueden pasar a nuestros hijos cuando no están con nosotros. Lo
que nunca, nunca se me pasó por la mente es que cada mañana se levantara 1 hora
antes de lo que le tocaba, y nos llevara por mas o menos 25 minutos atravesando
la ciudad de norte a sur, solo por el mero placer de escuchar nuestras
tonterías. Fue su forma de enterarse, muy discretamente, de nuestros gustos, de
con quien habíamos peleado, con quien éramos amigas, que materia íbamos
perdiendo, que profesor nos caía mal, que profesor nos caía bien. Hasta alcanzó
a pillarse qué muchachito nos estaba gustando para la época. Eran valiosos sus 25
minutos y los aprovechaba hasta para sermonearnos, de vez en cuando.
Yo no le di importancia a ese
transporte particular hasta ahora. Cuando por decisión propia estoy llevando a
mi hijo al colegio. Al principio solo recordaba lo terrible que fueron esas
madrugadas escolares. Con el pasar de los días, todo se aclaró en mi mente.
Durante el recorrido, mi hijo es mío sin interrupciones, como nosotras lo
fuimos de mi padre. Durante ese tiempo no existe nada que nos separe, que nos
distraiga, que nos moleste. Es un
verdadero placer conversar durante el viaje de todas las cosas que nunca
contaría en la tarde cuando llega del colegio con la adrenalina a mil o en la
noche cuando ya casi cae del sueño y solo quedan minutos para orar y soñar.
Los instantes que he pasado con
mi padre se parecen a una comparación que leí un día sobre ir a misa y la
comida “Así como no recuerdo todas las comidas que me han preparado en casa, no
recuerdo todos los sermones ni servicios religiosos a los que he ido en mi
vida. Sin embargo, han sido tan importantes para alimentar mi alma tanto como
la comida que todos los días recibo alimentan mi cuerpo.” No recuerdo muchas de
las veces que he pasado con mi padre pero todas han sido valioso alimento para mi vida.
En esta época de separaciones y
de fines de semana con hijos compartidos, valoro mas a mis amigos que se
levantan una o dos horas mas temprano en la mañana para tener ese espacio tan
valioso como el que mi padre compartió con nosotras, sin que nos diéramos
cuenta y que alimentaron nuestra relación toda la vida.
Feliz Día a los papas que
disfrutan 100% de la presencia de sus hijos. Feliz día a los papas que
aprovechan el 100% de los pequeños instantes que dejan los acuerdos de
separación. Feliz día a los padres que son madres para sus hijos. Feliz día a
mi padre que invirtió cada instante libre de su tiempo para crear el lazo de
acero que hoy nos une.
Soy Pamela Cruz escribiendo
cuando la musa quiere.
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